viernes, 5 de octubre de 2012

El mareo

La imagen es  de aquí

¡Uf, no! Es lo que pensé cuando ella a mi pregunta de ¿qué le pasa? me contestó “mareo”. Y es que este término es muy ambiguo y puede responder a un montón de situaciones dispares, desde un vértigo a un cuadro de ansiedad, pasando por un bloqueo o una hipoglucemia, de modo que la mayoría de las veces nos obliga a mirar al paciente de arriba abajo y no son pocas las ocasiones en que a pesar del esfuerzo no lo vemos nada claro…Ella parecía mucho más joven que los 84 años que figuraban en la pantalla; era una mujer todavía muy guapa, los años habían dejado huella en su rostro con elegancia de modo que las escasas arrugas eran, definitivamente, bellas y no disminuían la hermosura de la tez sonrosada que se intuía de tacto suave y cálido. Los labios bien dibujados conservaban su tersura y escondían una dentadura blanca bien cuidada. La mirada viva, oscura, iluminaba aquella cara que invitaba a pensar que sin duda era una mujer inteligente.
Como tantas veces, después de hacer la historia y de explorarle no encontré nada a qué agarrarme; le dije que todo estaba bien, en mi cabeza tenía la idea de sondear otras posibilidades y me lo puso fácil. Se sentó, escucho mis explicaciones y me preguntó si el agobio o las preocupaciones podían ser la causa de su malestar. Asentí, dejé mis gafas sobre la mesa y, viendo el terreno abonado, le pregunté si tenía motivos especiales para estar preocupada. Suspiró largamente y me contó su historia de los últimos años. Vive sola, su marido desde hace ya más de tres años está internado en una residencia de tercera edad aquejado de un cuadro de demencia. La decisión de ingresarlo en este centro no fue fácil; ella se resistió mucho al principio pero la situación de su esposo fue cayendo, cayendo, cayendo y ella ya no se bastaba para atenderle…Su hijo, que vive en una población cercana, apoyaba esta opción, así como el médico, el psiquiatra y demás…De modo que ella cedió, le costó muchas lágrimas y muchos reproches hacia sí misma, algunos de los cuales todavía no ha conseguido acallar…La culpa, siempre la culpa, nos persigue tantas veces… Ahora cree que la decisión fue acertada, él está “contento” y ella tranquila porque le sabe en buenas manos. Todos los días va a verle, haga frío o calor, le lleva siempre un caprichillo: hoy tocaba chocolate, y me enseña el trozo de tableta que ella le ha quitado en un despiste porque si no se lo come vorazmente, como un crío, y se sonríe con ternura y con una pizca de tristeza en los hermosos ojos azabachados. Habla de él con cariño, me habla del hombre que fue y que ya no es; no se lamenta, solo constata una situación que ella asume y entiende como un revés cruel de la vida, como un hachazo certero que rompió dolorosamente su plácida y sosegada vejez. Con todo, trata de disfrutar; se ocupa de su casa, le gusta leer y pasear, la compañía de sus nietos, cocinar…Dentro de un mes le han invitado a una celebración familiar en una ciudad mediterránea, “ya sabe- me dice- casi como una boda” Y  no sabe qué hacer; el hijo y las cuidadoras le dicen que vaya, que no pasa nada. Pero, claro, faltará tres días de su casa; tres días en los que no acudirá a su cita en la residencia, será como abandonarlo, no sabe si debe…Me mira, ahora parece pendiente de lo que yo le diga. Y le digo. Le pregunto si le apetece y se le ilumina la cara, esboza un amago de sonrisa, reconoce que le gustaría mucho, hace tiempo que no les ve, les quiere, cree que lo pasaría bien. Así que me lanzo, ¿por qué no iba a hacerlo? “Estará bien, no se preocupe, y para usted será bueno, no lo dude. Rebusque en su armario, tal vez tiene guardado un bonito vestido para la ocasión, y si no, mejor aún: salga mañana de compras, sin prisa y elija uno, bien bonito, de colores, que le siente bien, es usted muy guapa…Seguro que se lo han dicho muchas veces…No olvide los zapatos, que no sean muy incómodos, no vaya a ser que no le dejen bailar. Saque los billetes con tiempo, igual la víspera decide ir a la peluquería, pero si no le apetece seguro que se arregla bien en casa; yo no me preocuparía por el maquillaje, no le hace falta…Disfrute de la fiesta, ríase con ganas, cargue bien las baterías y traiga de vuelta en sus pupilas toda la luz del Mediterráneo y así, cuando vaya a verle, la podrá compartir con él. Porque seguro que si es bueno para usted, es bueno para él, créame…”Y sonrío y sonríe y, será una bobada, pero creo que se siente mejor, que ya no tiene ese mareo. Al despedirle me pide un beso y esta vez, no suelo hacerlo, le planto dos, uno en cada una de sus mejillas. Y sí, su piel es cálida como había imaginado.

4 comentarios:

  1. precioso,el relato y el tratamiento.y,seguro que tan reconfortante como el caso clínico más complicado.
    Saludos desde un pac de Galicia,en Cañiza,Pontevedra.
    Silvia,bikos.

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  2. Gracias, Silvia, ¡qué bien que nos sigas desde Galicia!

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  3. Creo que puedo presumir de conocerte bien y realmente eres un a "mujer de múltiples caras"...lo mismo te enfrentas a un infarto con temple de acero como consigues mostrar la más adorable de las ternuras con los pacientes,sobre todo si éstos son mayores....
    No dejas de sorprenderme!!!!!!!

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  4. ¡Huyyy, Cris! ¡Que va a ser que eres mi amiga! Ojalá tuviera temple de acero cuando es necesario y ojalá que me sobrara la ternura: buen cóctel...Pero en algo tienes razón: me emocionan los viejitos y me gustan...

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