Hoy estoy un poco triste: se ha muerto mi tía Felisa. Podéis pensar que soy un poco simple ya que ella era una tía algo lejana. En realidad era la mujer de mi tío Tomás que a su vez era primo de mi abuelo materno, o sea que en lo que a lazos de sangre se refiere, pues nada, ni existían…Pero esto da igual: mi tía Felisa era, por lo menos, tan tía como otras más cercanas. Se ha muerto casi a la vez que Liz Taylor aunque era mucho más vieja que ella (pasaba con creces los 90 años) y, naturalmente, mucho menos guapa y con mucho menos dinero. Pero yo creo que era muy rica, tenía una hermosa familia y mucha gente que la quería. Porque era generosa, muy generosa. Son muchas las historias de ella que he oído contar por labios de mi madre; ella le conoció en aquella época en la que siendo moza se casó con mi tío Tomás y fue a vivir al pueblo y a la casa de él, convirtiéndose así en el ama de casa, de “casa el herrero”: en algunos pueblos de Navarra las casas tienen nombre y a veces, no siempre, hacen alusión a los oficios que desempeñan quienes las habitan y este era el caso. Mi madre conoció a esa Felisa joven y garbosa que tuvo dos hijas y un hijo que falleció con pocos meses tras padecer, según me ha contado, una gastroenteritis, de ahí el miedo de mi madre a este proceso en principio tan banal…Eran los duros años de la posguerra. Mi madre vino a vivir a San Sebastián y mi tía se quedó en el pueblo, hasta ahora. Nuestros lazos con Navarra siempre se han mantenido intactos: Arizala, el pueblo de mi madre y de mi abuelo y de mi tía, ha sido el pueblo de mi infancia y de mi juventud, el paraíso para mí y mis hermanos durante todos los veranos de nuestra infancia. Solíamos ir a casa de mi tía Felisa; era una casa realmente fascinante…Imaginaos: en la entrada estaba la herrería con todos sus aperos. Recuerdo que en verano tras pasar el umbral de la puerta y acomodar la vista a la oscuridad después de haber estado un rato al sol, adivinabas al fondo la fragua de mi tío, con aquel enorme yunque y junto a él la pila del agua en la que mi tío sumergía la pieza de hierro incandescente que él había sabiamente moldeado. Recuerdo el ruido que hacía al enfriarse…Y recuerdo que era normal despertarme en una de aquellas habitaciones que estaban justo en el piso de arriba al ritmo que imprimía mi tío golpeando con su martillo sobre el yunque. Abrías los ojos y veías colarse la luz entre las rendijas de las contraventanas con una claridad que no he vuelto a percibir; y casi al mismo tiempo llegaban hasta los oídos los chillidos de las golondrinas que hacían sus nidos en el tejado de la casa, y en época de cosecha a esta algarabía se unía el traqueteo del motor del tractor de los vecinos…Y el día arrancaba cargado de sorpresas para mí y mis hermanos, niños de ciudad que teníamos la suerte de tener “pueblo”. En la cocina esperaba mi tía Felisa, sonriente y con buen humor, siempre; dispuesta a prepararte un tazón de leche y sin que faltara el pan tostado y la mantequilla y la mermelada. Recuerdo que siempre nos saludaba con un “buenos días, ¿has descansado bien?” y uno contestaba “sí, tía ¿y tú?” y asentía y era, no tengo otra palabra, fantástico…El yunque hace ya tiempo que enmudeció.Y pasaron los años, y continuamos yendo nosotros y nuestros hijos a Navarra fielmente, no a casa de mi tía, son otros tiempos; pero siempre hemos ido a visitarla y siempre hemos recibido de ella cariño, alegría y una buena merienda porque independientemente del manjar que propusiera, sabía especialmente bueno si era ella quien partía el pan sobre la vieja tabla de su cocina.
Pronto el trigo verdeará en los campos de mi infancia y las amapolas nos alegrarán la vista asomando descaradas en los ribazos de los caminos; se me llenarán los ojos de la luz primaveral de los campos de Navarra y te echaré de menos.
Gracias, tía Felisa, gracias por abrirnos la puerta de tu casa, por formar parte de la buena gente que iluminó los días de mi infancia. Un beso.
Para todas las “tías Felisas”, espero que hayáis disfrutado de alguna de ellas.
Pronto el trigo verdeará en los campos de mi infancia y las amapolas nos alegrarán la vista asomando descaradas en los ribazos de los caminos; se me llenarán los ojos de la luz primaveral de los campos de Navarra y te echaré de menos.
Gracias, tía Felisa, gracias por abrirnos la puerta de tu casa, por formar parte de la buena gente que iluminó los días de mi infancia. Un beso.
Para todas las “tías Felisas”, espero que hayáis disfrutado de alguna de ellas.
Marzo 2011
Como siempre me ha gustado y he disfrutado de tu relato, me uno a gracias “ tía Felisa y todas las que son como ella” , un saludo.
ResponderEliminar¡Gracias! Buen fin de semana
ResponderEliminarMarilis
Gracias, Marilis, me has hecho recordar muchas cosas. No sé si nuestros hijos disfrutaran de "tías" de tanta calidad como tuvimos nosotros. No nos compraban juegos para la play, pero daban mucho más.
ResponderEliminarLa casa de la tia Felisa era la casa de las sensaciones....el olor a cocido (porque nunca faltaba la sopa),su tranquila expresión incluso cuando tenía un millón de niños correteando y haciendo jaleo escaleras arriba y abajo, el misterio de la supuesta serpiente que vivía en la gambara pero que yo nunca ví pero si escuché, y las botellas de cristal con agua caliente que nos metía en la cama para tener los pies calentitos, después de salir del fuego de la cocina y meternos en un cuarto por el que paseaban los pinguinos del frío que hacía, y un millón de sensaciones fantásticas que se podría escribir un libro. Me uno a ti Marilis...Gracias TIA FELISA!
ResponderEliminarEstos recuerdos son su legado, Sonia, todo un tesoro que no olvidaremos!
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