martes, 21 de diciembre de 2010

Navidad 2010


Y de nuevo, así, de repente, la Navidad. Nos gusten o no, son siempre unas fechas especiales…Y os deseamos lo mejor para este 2011 que nos espera a la vuelta de la esquina. Os dejamos con un relato, un “atípico” cuento de Navidad, que escribí hace ya unos años: ¡más de una década! Entonces yo trabajaba en la ambulancia medicalizada y aquella Nochebuena atendimos a un paciente en una población cercana a Donostia; esto es lo que escribí al día siguiente pensando en aquel aviso. Espero que os guste.
¡Felices fiestas! Urte berri on!
Idoia&Marilis


NOCHEBUENA

Era ya noche cerrada cuando decidió volver a casa.
A pesar de la fecha, veinticuatro de diciembre, no hacía demasiado frío. La noche era clara, tal y como uno desea que sea la noche de Nochebuena. Seguramente había estado pasando la tarde en el pueblo rodeado de amigos, caras conocidas desde hace años, compartiendo a su lado tertulia y el sabor de un vino de escasa calidad. Lo imagino despidiéndose de ellos y caminando luego, ya en solitario, silencioso, dirigiéndose a su casa; sin pensar en nada demasiado importante, dejándose casi llevar de vuelta al hogar.
Ya a escasos metros del portón del caserío puede ser que un agudísimo dolor le partiera el pecho; tal vez sintió un pánico indefinido justo un segundo antes de caer lentamente sobre el lecho de hierba que flanqueaba el camino. Tal vez no le diera tiempo a pensar en nada ni en nadie, tal vez no hubo lugar ni para la sorpresa.
Un coche a un lado de la carretera nos hizo señas de que lo siguiéramos. Recorrimos los últimos metros de aquel camino de grava con rapidez. Las luces anaranjadas de la ambulancia rasgaban impertinentes la oscuridad de la noche; nos detuvimos con un frenazo brusco y descendí de un salto hasta el suelo. Bajo una manta se adivinaba el cuerpo inmóvil del hombre, le rodeaba un grupo silencioso de gente en respetuosa actitud. Comprobé que no respiraba y que en su cuello no había latido alguno. Los párpados entreabiertos dejaban ver una estrecha franja de aquella mirada sin luz propia. Recuerdo que alcé sus párpados por completo: sus pupilas dilatadas se bañaron en luna.
Mi compañero mientras tanto colocó las palas del monitor en el pecho desnudo y nacarado del hombre: una fina línea quebrada se dibujó en la pantalla. Nos apartamos mientras las descargas hacían saltar bruscamente el tronco del hombre. Nada. Entre los tres continuamos con nuestro trabajo sin apenas palabras, seguimos el algoritmo tantas veces repasado. Nuestros ojos acompañaban puntualmente a las escasas palabras: gestos, palabras y miradas escrupulosamente sincronizados.
Pero la vida había huido definitivamente de aquel cuerpo, la muerte silenciosa lo habitaba. Todo intento era en vano. Dejamos nuestro afán casi con dulzura. Buscamos la palabra adecuada para explicar lo sucedido a quienes nos rodeaban. Era gente de la tierra, vecinos y familiares del muerto; rostros serenos, de gente sencilla, de campo, de pocas y precisas palabras. No hicieron de aquella muerte un drama; no hubo lamentos exagerados, ni gritos, ni lágrimas. Hubo respeto y bondadoso silencio.
El hombre yacía inmóvil en su lecho de fina hierba, el gesto reposado como si nada hubiera pasado. Bajé lentamente sus párpados, negando a sus ojos el brillo de plata de la luna: nada debe turbar la paz de los muertos. Pensé, casi sin querer, que haría ya bastantes años que aquellos ojos se abrieron por primera vez sorprendidos y curiosos a la vida. Pensé en toda la belleza que habrían visto; pensé en todos los rostros que seguramente habrían besado; pensé en las lágrimas que habrían fabricado y en las chispitas diminutas de luz que habrían lanzado cada vez que la vida les mostró sus paisajes más amables. Mis dedos ahora querían ser sólo ternura. Cubrimos el cuerpo con una sábana blanca aislándolo así inútilmente del frío y de la noche de diciembre: hermoso su lecho de verde hierba y lienzo blanco fabricado. Arriba, el cielo inmenso salpicado de diminutas estrellas bañadas en la estridencia plateada de la luna. Los montes se alzaban orgullosos, nuestra fragilidad enfrentada a su grandeza.
Iniciamos el camino de vuelta. La carretera serpenteaba; de vez en cuando, las minúsculas luces de colores de un abeto engalanado nos avisaban de la existencia de un caserío sumido en la celebración de la Nochebuena. Abandonamos pronto los montes y atravesamos el pueblo ahora desierto. La oscuridad rota por la hiriente luz de los faros de la ambulancia dejaba ver la negra franja del asfalto.
Me incliné buscando el cielo y hallé su eterna calma; la noche se desgranaba en preciosas estrellas, me alegré de no saber siquiera su nombre. Los rostros conocidos y tranquilos de mis compañeros me hicieron saber que todo estaba bien.
La paz parecía total. Silencio.

7 comentarios:

  1. Paz para el espíritu en una salida de emergencia…¡No te imaginaba con tal espíritu navideño! Afortunada tú porque has podido sentir la poesía en tu trabajo, pues no creo que muchos de nosotros lleguemos en toda nuestra vida a vivir,sentir y poder expresar sensaciones similares en nuestras jornadas laborales. De todas maneras ten cuidado, tal y como están las cosas, porque no te van a dejar jubilarte si sigues obteniendo “otros beneficios” del trabajo…

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  2. Pues sí, sí que me he puesto un poco navideña...De todas maneras, si la ocasión se presta , puede que en otra ocasión os muestre otros aspectos menos "poéticos", más mordaces; los que me conocen seguro que también pueden dar fé de ellos. En cualquier caso, aún teniendo en cuenta tus consejos y arriesgando mi jubilación, creo que no me resistiré a trasladar mis emociones en palabras, resulta terapéutico!!!
    ¡Felices fiestas!

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  3. Felices fiestas! gracias por tu relato y tu prosa poética.
    Viendo con la cantudad de ruido,ajetreo y luces que se mueren en las salas de urgencias, y viendo la paz y tranquilidad de la llegada de la muerte en tu relato, cabe esperar algún cambio que se de ,intermedio,y posible para mejorar la muerte de tantos y tantas.
    Quizá otro tema,para otra ocasión.
    Lo dicho Felicidades! Zorionak!

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  4. Muy bonito, Marilis.Digan lo que digan y pese a momentos muy duros,luchas con la burocracia, despropósitos frecuente y tantos malos rollos, tenemos un oficio bonito

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  5. Gracias, Sonia. Y sí, es éste otro tema para reflexionar...Habrá ocasión de hacerlo.
    Gracias, Laura; ya sabes que a veces pienso en ponerme una mercería y que protesto y gruño y...pero, en el fondo, pienso como tú, que es éste un bonito oficio.
    Besos.

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  6. Hola Marilis, me ha encantado encontrarte, por casualidad, en estos mundos de internes... Según leía este relato, me imaginaba tu voz y tus ojos en esta situación y me he emocionado. Me he visto muy reflejado en tus palabras... Si, es un oficio bonito, duro, pero tan enriquecedor.
    Xabier Goikoetxea... Goiko!!

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  7. ¡Hola Goiko!
    ¡Qué ilusión saber de tí! Me alegro que te haya gustado. A mí lo que me emociona es "que te emocione", guapo...En fin, habrá más ocasiones para compartir experiencias.Espero que nos veamos pronto.Besos.
    Marilis

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