
Durante una guardia en la ambulancia atendimos en su domicilio a una mujer embarazada en su tercer trimestre de gestación. Había tenido una convulsión que ya había cedido cuando llegamos; estaba confusa y muy agitada, tenía también edemas en los tobillos y cifras de PA altas. Diagnóstico: eclampsia. Estábamos lejos del hospital, el traslado fue dramático; creo que no merece la pena entrar en detalles. Lo pasamos francamente mal, pero la historia tuvo un final feliz tanto para la madre como para el niño. Nació por cesárea y unas horas más tarde tuvimos la oportunidad de verlo. Contemplarlo nos compensó con creces el mal rato. Yo también tengo hijos, entonces (¡hace ya bastante de esto!) eran niños, tal vez por eso mi emoción al ver a aquel pequeñín fue tan grande. Traté de traducir aquel revoltijo de sentimientos a palabras y este fue el resultado que hoy comparto con vosotros. Por cierto, el azar quiso que dos o tres años más tarde volviera a ver a aquel niño: era un precioso diablillo, espero que siga bien.
DE UN NIÑO, DE UN HOMBRE
Diminuto. En la levedad de su pequeño cuerpo, apenas kilo y medio, todo el misterio de la vida concentrado. Descansando sobre una cuna calentita, tibia imitación del refugio materno. Ya nacido. Toda la perfección ante mis ojos emocionados; rizando el rizo cuando contemplo admirada las pequeñas manos coronadas por blandas, delicadas uñitas. Manos que acariciarán y que pedirán caricias; manos que volarán ligeras buscando abrazos; manos que, tal vez, oculten el rostro crispado, el llanto convulso.
Diminuta también la boca, como una fina hebra de sangre rosada. Boca que derrochará sonrisas; boca que se abrirá al encanto de otra boca, pariendo besos. Diminuta boca de la que brotarán palabras, que esconderá también deseos.
Toda la fragilidad y toda la fuerza de la vida se agita en su cuerpo diminuto. Ahora que la fragilidad es evidente, ahora y no luego, no es un estorbo. Afortunado, duermes haciendo ostentación de esa levedad que poco a poco irás escondiendo, como si fuera un error ser leve, frágil, quebradizo…No te engañes porque, acaso, con los años, no serás mucho más fuerte. Crecerá tu cuerpo y, ya hombre, la debilidad no será un elogio a la ternura. Y en tu frente, ahora tan clara, sembrada de soles que aún no se adivinan, en tu frente, digo, se dibujará tal vez el rastro del fracaso, de lo que pudo ser y al fin no fue.
Pero no tiembles, no temas. O mejor aún: teme sin temor, porque será lo que tenga que ser. Será vida resuelta en sueños y en afanes; vida hermosamente incomprensible, vida hasta el umbral oscuro y desconocido de la muerte.
Ya soñado, ya intuido; ya nacido, ya frágil, ya leve; ya hombre, ya soñador, ya desencantado; ya temeroso, ya cansado, ya sin tiempo, ya nada. Apenas nada. Todo se confunde, también la levedad y la fortaleza.
Eligió un buen día para nacer, me siento su cómplice. Me sobrecoge mirarlo, extraña joya que sólo a sí mismo se pertenece. No tenemos dueño: ése es, tal vez, el mayor de los dramas. Y la mayor de las glorias.
Duerme confiado, amparado en la promesa de ser, ahora que todavía puedes creer en las promesas. Duerme, duerme pequeño, diminuto, infinito misterio de vida, gotita tibia, promesa improbable de futuro. Duerme.
Mi miedo, mi esperanza, mi alegría, mi cansancio y mi tristeza besan su cuerpo diminuto sin tocarlo. Ojalá que la vida le sea amable. Y luce el sol como un regalo.