He llegado temprano a casa después de mi guardia. En mi casa es una mañana especial; celebramos con toda mi familia el día de Reyes y es mi marido el que se ocupa de preparar la comida y la larguísima sobremesa que siempre la sigue. Lo hace muy bien, pero como es bastante meticuloso y, según dicen mis hijos, “mandón”, el resto (mis hijos y yo) nos solemos pelear por bajar al chucho de paseo y escaquearnos así un ratillo de las tareas que el jefe nos solicita…Esta vez he ganado yo; un buen desayuno (con “rosco” de Reyes), una prolongada ducha y a la calle con el animalillo, a dar una vuelta.
La mañana estaba soleada pero hacía bastante frío, cuando he salido todavía había poca gente por la calle. Cerca de mi portal he visto que una mujer mayor miraba con gesto titubeante los números de los portales cercanos; no iba demasiado abrigada y apretaba entre sus manos un billetero. Me ha parecido que estaba apurada y me he acercado para ver si le podía ayudar. Con voz entrecortada me ha dicho que estaba buscando la casa de su hija; ella vivía muy cerca y la visitaba a diario pero no conseguía encontrar el portal…Nunca le había pasado nada así; además le estaban esperando toda la familia porque en este día se juntan para desayunar todos, abrir los regalos y esas cosas…y encima, ella es la encargada de exprimir la naranjas para el zumo y…La pobre mujer estaba al borde de las lágrimas, muy preocupada y en sus ojos se adivinaba un miedo recién estrenado que me recordaba a ese otro miedo que a veces empaña la mirada de los niños cuando se sienten inseguros, alejados de sus padres. He intentado calmarle, le he ofrecido mi brazo para que se sujetara en él y ya más tranquila he conseguido que recordara el teléfono de su hija: no conseguía decirme el nombre de la calle ni el número del portal, pero ha recitado sin apenas titubeos los 9 dígitos del teléfono, ¡qué caprichosa es la memoria! Ella estaba también preocupada porque su hija se iba a enfadar cuando la llamara…
Total, he llamado desde mi móvil y, naturalmente, nadie se ha enfadado; me han dado la dirección, estábamos muy cerca, y las dos del brazo, acompañadas de mi perrillo, nos hemos ido acercando poquito a poco. Sentía en mi brazo la presión de su mano, la oía hablar con su voz trémula y sentía toda la fragilidad que la ancianidad determina. En el corto trayecto nos hemos sentado un ratito en un banco al sol, respiraba agitadamente. Me ha contado cosillas de sus hijos y de sus nietos: son todos buenísimos y le quieren mucho, ella es viuda desde hace tiempo, últimamente se cansa mucho, las piernas ya no le ayudan y la cabeza, ¡ay, la cabeza!, ¡con lo que ella era antes! Y se le escapa una lagrimilla y le doy un pañuelo y me aprieta la mano más fuerte y... La hija nos esperaba en el portal; naturalmente, no le ha reñido, le ha consolado y le ha quitado hierro a su despiste. La mujer intentaba buscar razones para su pequeño desvarío, justificándose como si fuera una niña pequeña; la hija asentía una y otra vez, hasta que la ha calmado…Nos hemos despedido con un par de besos y he vuelto a casa despacito. Será el cansancio de la guardia o tal vez el pensamiento de que su angustia, su mirada desconcertada, su debilidad bien podría ser la de mi madre, el caso es que un asomo de congoja me enturbia la mirada. Y justo, al lado de mi casa, un chaval derrocha entusiasmo mientras se monta por primera vez en su brillante bicicleta, recién estrenada, al amparo de la mirada del padre que sujeta orgulloso el sillín para que no se caiga en sus primeras pedaladas.
Donostia, 6 de enero de 2011
La mañana estaba soleada pero hacía bastante frío, cuando he salido todavía había poca gente por la calle. Cerca de mi portal he visto que una mujer mayor miraba con gesto titubeante los números de los portales cercanos; no iba demasiado abrigada y apretaba entre sus manos un billetero. Me ha parecido que estaba apurada y me he acercado para ver si le podía ayudar. Con voz entrecortada me ha dicho que estaba buscando la casa de su hija; ella vivía muy cerca y la visitaba a diario pero no conseguía encontrar el portal…Nunca le había pasado nada así; además le estaban esperando toda la familia porque en este día se juntan para desayunar todos, abrir los regalos y esas cosas…y encima, ella es la encargada de exprimir la naranjas para el zumo y…La pobre mujer estaba al borde de las lágrimas, muy preocupada y en sus ojos se adivinaba un miedo recién estrenado que me recordaba a ese otro miedo que a veces empaña la mirada de los niños cuando se sienten inseguros, alejados de sus padres. He intentado calmarle, le he ofrecido mi brazo para que se sujetara en él y ya más tranquila he conseguido que recordara el teléfono de su hija: no conseguía decirme el nombre de la calle ni el número del portal, pero ha recitado sin apenas titubeos los 9 dígitos del teléfono, ¡qué caprichosa es la memoria! Ella estaba también preocupada porque su hija se iba a enfadar cuando la llamara…
Total, he llamado desde mi móvil y, naturalmente, nadie se ha enfadado; me han dado la dirección, estábamos muy cerca, y las dos del brazo, acompañadas de mi perrillo, nos hemos ido acercando poquito a poco. Sentía en mi brazo la presión de su mano, la oía hablar con su voz trémula y sentía toda la fragilidad que la ancianidad determina. En el corto trayecto nos hemos sentado un ratito en un banco al sol, respiraba agitadamente. Me ha contado cosillas de sus hijos y de sus nietos: son todos buenísimos y le quieren mucho, ella es viuda desde hace tiempo, últimamente se cansa mucho, las piernas ya no le ayudan y la cabeza, ¡ay, la cabeza!, ¡con lo que ella era antes! Y se le escapa una lagrimilla y le doy un pañuelo y me aprieta la mano más fuerte y... La hija nos esperaba en el portal; naturalmente, no le ha reñido, le ha consolado y le ha quitado hierro a su despiste. La mujer intentaba buscar razones para su pequeño desvarío, justificándose como si fuera una niña pequeña; la hija asentía una y otra vez, hasta que la ha calmado…Nos hemos despedido con un par de besos y he vuelto a casa despacito. Será el cansancio de la guardia o tal vez el pensamiento de que su angustia, su mirada desconcertada, su debilidad bien podría ser la de mi madre, el caso es que un asomo de congoja me enturbia la mirada. Y justo, al lado de mi casa, un chaval derrocha entusiasmo mientras se monta por primera vez en su brillante bicicleta, recién estrenada, al amparo de la mirada del padre que sujeta orgulloso el sillín para que no se caiga en sus primeras pedaladas.
Donostia, 6 de enero de 2011
Una vez más me emociono ! quizás soy más sensible a este tema porque me temo que antes o después lo viviremos de cerca.
ResponderEliminarPor todas las amonas y aitonas que empiezan a sentir esa inseguridad y se les refleja en la mirada!
He disfrutado mucho con tu relato...muchas gracias por escribir con el corazon sobre las cosas cotidianas y hacer que parezcan especiales. Trabajo en una residencia de ancianos y se a que mirada te refieres.
ResponderEliminarFeliz año
Ricardo
Muchas gracias a los dos por vuestros comentarios y por compartir emociones. Feliz año nuevo!
ResponderEliminar