 |
La imagen es de aquí |
¡Uf, no! Es lo que pensé cuando ella a mi pregunta de ¿qué le pasa? me contestó “mareo”. Y es que este término es muy
ambiguo y puede responder a un montón de situaciones dispares, desde un vértigo
a un cuadro de ansiedad, pasando por un bloqueo o una hipoglucemia, de modo que
la mayoría de las veces nos obliga a mirar al paciente de arriba abajo y no son
pocas las ocasiones en que a pesar del esfuerzo no lo vemos nada claro…Ella parecía
mucho más joven que los 84 años que figuraban en la pantalla; era una mujer
todavía muy guapa, los años habían dejado huella en su rostro con elegancia de
modo que las escasas arrugas eran, definitivamente, bellas y no disminuían la
hermosura de la tez sonrosada que se intuía de tacto suave y cálido. Los labios
bien dibujados conservaban su tersura y escondían una dentadura blanca bien
cuidada. La mirada viva, oscura, iluminaba aquella cara que invitaba a pensar
que sin duda era una mujer inteligente.
Como tantas veces, después de
hacer la historia y de explorarle no encontré nada a qué agarrarme; le dije que
todo estaba bien, en mi cabeza tenía la idea de sondear otras posibilidades y
me lo puso fácil. Se sentó, escucho mis explicaciones y me preguntó si el
agobio o las preocupaciones podían ser la causa de su malestar. Asentí, dejé
mis gafas sobre la mesa y, viendo el terreno abonado, le pregunté si tenía
motivos especiales para estar preocupada. Suspiró largamente y me contó su historia
de los últimos años. Vive sola, su marido desde hace ya más de tres años está
internado en una residencia de tercera edad aquejado de un cuadro de demencia.
La decisión de ingresarlo en este centro no fue fácil; ella se resistió mucho
al principio pero la situación de su esposo fue cayendo, cayendo, cayendo y
ella ya no se bastaba para atenderle…Su hijo, que vive en una población
cercana, apoyaba esta opción, así como el médico, el psiquiatra y demás…De modo
que ella cedió, le costó muchas lágrimas y muchos reproches hacia sí misma,
algunos de los cuales todavía no ha conseguido acallar…La culpa, siempre la
culpa, nos persigue tantas veces… Ahora cree que la decisión fue acertada, él
está “contento” y ella tranquila porque le sabe en buenas manos. Todos los días
va a verle, haga frío o calor, le lleva siempre un caprichillo: hoy tocaba
chocolate, y me enseña el trozo de tableta que ella le ha quitado en un
despiste porque si no se lo come vorazmente, como un crío, y se sonríe con
ternura y con una pizca de tristeza en los hermosos ojos azabachados. Habla de
él con cariño, me habla del hombre que fue y que ya no es; no se lamenta, solo
constata una situación que ella asume y entiende como un revés cruel de la
vida, como un hachazo certero que rompió dolorosamente su plácida y sosegada
vejez. Con todo, trata de disfrutar; se ocupa de su casa, le gusta leer y
pasear, la compañía de sus nietos, cocinar…Dentro de un mes le han invitado a
una celebración familiar en una ciudad mediterránea, “ya sabe- me dice- casi como
una boda” Y no sabe qué hacer; el
hijo y las cuidadoras le dicen que vaya, que no pasa nada. Pero, claro, faltará
tres días de su casa; tres días en los que no acudirá a su cita en la
residencia, será como abandonarlo, no sabe si debe…Me mira, ahora parece
pendiente de lo que yo le diga. Y le digo. Le pregunto si le apetece y se le
ilumina la cara, esboza un amago de sonrisa, reconoce que le gustaría mucho,
hace tiempo que no les ve, les quiere, cree que lo pasaría bien. Así que me
lanzo, ¿por qué no iba a hacerlo? “Estará
bien, no se preocupe, y para usted será bueno, no lo dude. Rebusque en su
armario, tal vez tiene guardado un bonito vestido para la ocasión, y si no,
mejor aún: salga mañana de compras, sin prisa y elija uno, bien bonito, de
colores, que le siente bien, es usted muy guapa…Seguro que se lo han dicho
muchas veces…No olvide los zapatos, que no sean muy incómodos, no vaya a ser
que no le dejen bailar. Saque los billetes con tiempo, igual la víspera decide
ir a la peluquería, pero si no le apetece seguro que se arregla bien en casa;
yo no me preocuparía por el maquillaje, no le hace falta…Disfrute de la fiesta,
ríase con ganas, cargue bien las baterías y traiga de vuelta en sus pupilas
toda la luz del Mediterráneo y así, cuando vaya a verle, la podrá compartir con
él. Porque seguro que si es bueno para usted, es bueno para él, créame…”Y
sonrío y sonríe y, será una bobada, pero creo que se siente mejor, que ya no
tiene ese mareo. Al despedirle me pide un beso y esta vez, no suelo hacerlo, le
planto dos, uno en cada una de sus mejillas. Y sí, su piel es cálida como había
imaginado.