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Gracias, Cris; nunca está de más insistir en esta materia
Hace unos
meses en una guardia de domingo atendí a un paciente que por un cúmulo de casualidades se vio
implicado en un “caso de mala praxis” por parte de varios profesionales
sanitarios, y que me dio para la reflexión posterior.
Se trataba de
un varón joven al que por indicación de su otorrino de referencia se le había
administrado unos días antes un corticoide IM (Trigón depot ®) como tratamiento
de unos pólipos nasales. El paciente con la receta acudió a la farmacia y luego
a su centro de salud para su administración.
Este
tratamiento el paciente ya lo había tenido en otras ocasiones y por tanto le
sorprendió que tras su administración y en los días posteriores notara cierto
malestar difícil de explicar: como una intranquilidad, nerviosismo sin causa
aparente que le llevó a consultar el domingo por la mañana en el PAC donde yo
trabajo. La médico que ese día le atendió tras una exploración en la que no
objetivó causa aparente que justificara ese malestar pensó que podría ser un
efecto secundario y transitorio del
corticoide, y le recomendó valoración por su MAP para valorar otras posibles
causas, como por ejemplo una disfunción tiroidea.
A la tarde de
ese mismo día, el paciente volvió al PAC, esta vez le atendí yo, y tras relatarme todo lo anterior, me
explicó que había vuelto porque al llegar a casa y mirar la caja del corticoide
que le habían dispensado, con gran estupor y mucho susto, pudo comprobar que lo
que le habían dado no era un corticoide, sino un antipsicótico de depósito, concretamente Modecate ® (Flufenazina), ambos con un envase
similar.
Al comprobar
lo que había sucedido, el paciente pedía una explicación de los síntomas que
notaba, estaba asustado al leer en el prospecto que la flufenazina es un
tratamiento para las personas con esquizofrenia, delirios… o sea patología psiquiátrica “mayor”. Yo pensé que
al tratarse de un antipsicótico el efecto lógico esperable hubiera sido el
contrario al que él aquejaba (somnolencia) y ante la duda hablé por teléfono
con la psiquiatra de guardia del H. Donostia y ella me comentó que lo que le
pasaba al paciente era que presentaba síntomas extrapiramidales por el
neuroléptico, que le tranquilizara y le diera un anticolinérgico por vía oral
durante 2-3 días (Akineton ®, biperidino) hasta que la sintomatología fuera
desapareciendo.
Y llegados a
este punto la reflexión me lleva a pensar que en la receta que el paciente
llevó a la farmacia no había error, yo misma la vi, pero allí por equivocación le
dieron un medicamento diferente, primer error en la cadena.
Cuando acudió al botiquín de su centro de salud el paciente reconoce que
no llevó ni la caja, sólo llevó una
ampolla, ni la orden médica para su administración, segundo error, y la persona que se lo administró no hizo las
pertinentes comprobaciones, tercer error.
En este caso,
la solución fue relativamente fácil, según se mire, claro: dos consultas al
PAC, una consulta telefónica al hospital, un medicamento inapropiado con
efectos secundarios bastante incómodos para el paciente, etc… pero, ¿y si el
error es más grave o con consecuencias mucho peores?
A mi entender la
responsabilidad es de todas las personas involucradas en esta historia: no hay
culpables mayores ni menores…Pero sí creo que en la práctica diaria de nuestro
trabajo como profesionales de la salud nada se tiene que dar por hecho; hay que
tener una sistemática bien aprendida de las tareas que realizamos y no obviarla nunca, porque somos humanos y
en esta condición va unida la posibilidad de errar.
Autora: Cristina Ibeas, médica PAC de la OSI Bidasoa
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