Salimos a respirar la noche. Era
la primera vez que se vestía de una naciente primavera; no hacía frío y la luna
en creciente se escondía juguetona entre las nubes. Su presencia inesperada
hizo que nuestra conversación fuera entre susurros; estaba allí sentado en el
murete que rodea la zona ajardinada. Se pasaba las manos por el cabello, las
entrelazaba luego y las extendía sobre sus rodillas, las palmas hacia el cielo,
fijando su mirada en ellas como si de un libro se tratara. Pensé que no
tardaría demasiado en tocar nuestro
timbre y no me equivoqué. Mi compañero
apuntó su nombre y eche un rápido vistazo a su historia. Le puse vagamente un
rostro a quien la oscuridad de la noche había convertido solo en una silueta
joven y esbelta. Varias habían sido las veces en los dos últimos meses en que
había acudido pidiendo ayuda, siempre por la noche; a esa hora en que la
soledad es más estridente y las penas, si cabe, son más penosas. Esta vez su
historia no era diferente a las otras. Angustia. Una angustia poblada de
rostros, de fechas, de malas suertes y peores compañías. Una historia de ausencias, de culpas, de
condenas ya pagadas y sin embargo no aliviadas; una historia de soledades, de
voces huecas, de besos lejanos, de amores huidos, de corazones quebrados. Una
historia de fracasos enlazados, de falta de esperanza; una casa vacía que ya no
es un hogar, solo una cama revuelta en la que el cuerpo no encuentra refugio ni
el sueño acomodo.
Un hombre joven, no llega a la
treintena, llora sin tapujos, sentado junto a mí mientras desgrana sus batallas
perdidas. La luz blanca de la consulta se me antoja fría, despiadada. El
cabello moreno y abundante, brillante como los ojos anegados en lágrimas; le
tiemblan los labios mientras habla, se le quiebra la voz en un sollozo que
acalla con esfuerzo, recompone el gesto y el lamento quedo flota en el ambiente
silencioso, desesperanzado… Deja de
hablar y me mira; ahora parece que me toca a mí. ¡Qué difícil! Porque no se me
ocurren más que trivialidades…A mí lo que me sale es un consuelo fácil, qué
bobada, qué inutilidad…es como salir corriendo…Así que mejor me callo, escucho
incluso su silencio, le miro y poco más; confío que sea algo más útil que
decirle que es muy joven, que la vida es muy rara y que seguro que se pone de
su parte, yo qué sé. Tampoco es que esté muy inspirada, la verdad. Este es un
servicio de urgencias y esta noche cálida y hermosa, la urgencia era escuchar,
transformar el silencio y acoger la voz y el llanto de este hombre joven que
llora ante mis ojos sin esconder sus lágrimas. Nada más, o por lo menos, así lo
siento.
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