Pensando en ti
Escribo ahora que todavía no te
has ido porque luego, cuando ya no estés, la tristeza se me enroscará en la garganta
y la niebla en la mirada. Pero no: lo cierto es que ya te has ido. Recorro con
la mirada tu habitación vacía; llena aún con tus cosas, con tu ropa, tus
libros, tus fotos, pero vacía de ti y plena de tu ausencia porque, en el fondo,
ya te has ido. Lo hiciste hace mucho, cuando tus sueños y el deseo de volar se
hicieron hueco en ti con la frescura y la fortaleza de tus jóvenes alas. Yo
tenía más o menos tu edad cuando me fui de la casa paterna y vine a esta…Esta
desvencijada casa, desordenada, llena de cosas y, sobre todo, de recuerdos.
Creo que las personas deberían
habitar a lo largo de su vida en, al menos, tres casas diferentes. La primera
sería la casa en la que se nace; allí donde aprendes a hablar, donde se crea
ese código de lenguaje especial entre los padres y la nidada. Allí donde se
establecen las normas peculiares de cada estirpe, las mismas que luego irás rompiendo
para moldear otras nuevas. Allí es donde se crean en gran medida las
estructuras sociales, donde se delinean los caminos que más tarde recorrerás,
eligiendo los atajos, desestimando algunas veredas y construyendo en definitiva
el hermoso paisaje de nuestra propia vida…Almacenando códigos, ideas, propias y
ajenas, que luego tirarás por la borda, haciendo propio el camino e incierto y
desconocido el destino. Que no te lastre, guapo, lo que te hayamos dicho o no
dicho en esta tu primera casa: que solo sea un dato más a tener en cuenta en su
justa medida, nada más.
La segunda casa sería la que uno
construye en su juventud; la que se disfruta en cada pequeña innovación,
aquella que supone un proyecto. Se poblará de otras caras, de otras voces, de
otros discursos que se escribirán con el paso de los años. Será la casa que
contemplará el paso de la juventud a la madurez; se irá construyendo con las
miradas, las voces, las risas y las lágrimas. La amarás por encima de ninguna
otra, porque es la vida en su puro sentido. Será a la par tu refugio, tu
esperanza y tu dolor; allí donde uno entra y se siente cómodo en medio del
desorden de un mundo que a veces no entendemos. Será tu casa y tu gente. Tu
nido.
Y de pronto, la vida te lleva y
te das cuenta de que la parte, tal vez, más brillante de tu historia ya es
pasado. Volverás a ver una y mil veces los rostros de aquellos a quienes más
amas, pero nada es ya igual. Nunca nada es lo mismo. Y aunque amas estas cuatro
paredes más que a ninguna otra, duelen demasiado. Deberías cambiar de casa.
La tercera casa sería la del
sosiego, esa palabra que a mí me gusta tanto porque tanto me cuesta
encontrarlo. Debería ser un espacio diáfano, desprovisto de enseres y con los
justos recuerdos. Un espacio con mucha luz y pocos muebles; un viejo sillón y
un puñado de libros y música, poco más. Y silencio. Silencio para escucharte, para hablar con uno
mismo, para perdonarte los errores y estimar, si acaso, algún acierto. Una casa
para aceptar que el tiempo es buen aliado y que hacerse mayor no es, a fin de
cuentas, tan malo; si acaso es descubrir un paisaje entre la niebla,
nostálgico, tierno, y de bordes mal delimitados. Y soñar. Siempre soñar;
colgarte del vuelo de una mariposa o del brillo de la estrella pequeñita que
alumbra tu cielo y que forma junto a otras estrellas constelaciones en la
inmensidad del universo.
No estoy triste porque te hayas
ido, lo estoy porque me cuesta despedirme de esta mi casa y mi tiempo, y porque
es difícil simplificar la vida, mucho más que transitarla.
Estoy contenta y orgullosa contemplando tu
vuelo. Solo un consejo: sé firme y resistente como un árbol hermoso, flexible
como un junco y tierno como la mirada inocente de un niño; pero si tienes que
elegir entre estas cualidades, elige la ternura porque nada es más firme y más
flexible que el amor entendido como un compromiso hacia ti y hacia los que te
rodean.
Vuela, sé feliz. Me atrevería a
decir, moderadamente feliz, porque la felicidad inmensa y permanente a lo largo
de la vida es un logro imposible; no así la moderada que nace de la capacidad
de valorar y disfrutar de las cosas pequeñitas que te brinda el día a día.
Aquí estoy, pensando en ti…
Siempre que la escucho, veo tu cara...
Siempre que la escucho, veo tu cara...
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