Vino acompañado de su mujer y de su hijo. Sus gestos, su andar torpe y extremadamente lento contrastaban con la edad registrada en la pantalla. No recuerdo bien los detalles de su queja; un malestar difuso e inconexo. Pero el dolor se alojaba en la mirada. Y yo no pude pasar de largo. Después de examinarle y de no encontrar nada agudo que justificara su malestar, le invité a hablar. Le pregunté por su tristeza, así directamente, y volcó su amargura lentamente. Tuvo a bien contarme que se había jubilado anticipadamente, le gustaba su trabajo pero la vida le brindó la ocasión de disfrutar unos años preciosos de su tiempo libre. Pero, claro, la enfermedad truncó sus planes y el maldito Parkinson le apartó de sus paseos, de sus aficiones y le convirtió en lo que ahora es: un anciano prematuro y triste. No hay medicación que aligere sus gestos, ni permita que la palabra fluya risueña; no hay medicación que acompase sus pasos ni que borre la pena de sus ojos. No es la ternura de su familia suficiente bálsamo para su pena. Y quise darle un hueco a su tristeza y acogerla y no negarla, y no llenar mi boca de palabras huecas porque el dolor no desaparece por no nombrarlo y es casi una ofensa intentar un consuelo vano. Creo que solo le ayudé a poner palabras a su rabia, que solo le legitimé a sentir lo que sentía, solo le permití llorar por lo perdido, el llanto es a veces un buen amigo. Y luego, le invité a secar sus lágrimas y a concederse el derecho a la esperanza: nunca se sabe, ahora toca transitar por un camino angosto, quién sabe qué vendrá mañana… Tal vez encuentre la alegría como un tesoro agazapado a la vuelta de la esquina. No sé…tal vez pueda llorar y sonreír más tarde recordando lo que es suyo, su pasado. Nunca se sabe. Y se fue despacito, apoyado en el brazo de su esposa y en sus ojos leí algo parecido al agradecimiento y me sentí afortunada. Al cerrar la puerta, una lágrima silenciosa le dio las gracias por recordarme para qué estoy yo, también, en esta historia, enfundada en un pijama blanco y protegida por unos cuantos bolígrafos enganchados al bolsillo de mi bata.
PAC-Zarautz, noviembre 2010
Genial post! Me ha encantado! Seguro que tu paciente se fué muy agradecido, parece que le diste justo lo que necesitaba...
ResponderEliminarEs muy reconfortante sentirse útil e vez en cuando!
Un saludo!
Muchas gracias. A veces la palabra, o su ausencia, es lo único que podemos ofrecer.Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarY yo que iba a por un poco de información científica...Pues es verdad, para éso estamos y también para más. Reflexiones para un viernes a la noche tumbado en el sofá. Un placer. Gracias, guapas!
ResponderEliminar¡A ti, "Anónimo"! ¡Feliz fin de semana!Yo...de guardia!!!
ResponderEliminarMuy bonito, Marilis. Es que lo mismo vales para el teatro, para la canción, para la medicina que para la escritura
ResponderEliminarBien!!! Alguien ha sabido ver lo que necesitaba en ese momento esta persona. No hay como poder tomarse ese "tiempo" para su tratamiento. Triste también que haya tenido que ser en el PAC. ¿no miramos a la cara a los pacientes? y mil preguntas más... Acabo de ver alguien en situación similar, y se ha ido contenta porque se ha sentido "escuchada". Nos estamos perdiendo por el camino hacia no sé dónde...
ResponderEliminarFrases que recoges llena de verdad, de haber interiorizado la esencia de nuestra profesión, o de nuestro arte que tú reflejas con tanta sinceridad y buen hacer.
ResponderEliminarUn saludo muy cariñoso Marilis.
Sonia
Gracias a todos por los comentarios a este post, por compartir la reflexión y, sobre todo, las emociones que nos empujaron a su publicación.
ResponderEliminarIdoia&Marilis
Hola, me ha gustado mucho esta entrada. Soy estudiante y en las prácticas a menudo te encuentras gente con este tipo de problemas, pero más que por el lado "profesional" tu entrada me ha encantando porque sé lo que es tener a alguien con este tipo de enfermedad, a veces te sientes realmente inútil y en ningún libro aparece que puedes decirle a alguien con una amalgama tan enorme de sentimientos entre los que destacan la rabia y la tristeza.
ResponderEliminarAfortunadamente la persona que yo conozco es muy valiente, seguramente más de lo que yo seré nunca pero me alegra pensar que hay gente con la que pueda aliviarse cuando su entorno más cercano ya no puede ayudarla.
Gracias, Laura. Si a ti te ha gustado mi entrada, no puedes imaginarte cuánto me ha gustado a mí tu comentario...Gracias otra vez.
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