viernes, 20 de abril de 2012

Como en un coro

Desde hace una temporada larga participo en un coro. Digo participo porque cantar es otra cosa…A mí me encanta cantar, pero de momento me conformo con intentar seguir la partitura y tratar de poner la voz donde ella dicta; todo se andará. Mi coro es uno de los varios que hay en una población cercana a mi domicilio; ensayamos un par de días a la semana por la tarde y, aunque a veces sobre todo en invierno, me da un poco de pereza abandonar mi casa calentita y desplazarme hasta allí, el esfuerzo me compensa con creces. Me desplazo en autobús, aunque los días ya van alargando, todavía cuando regreso a casa es de noche. A esa hora son escasas las personas que cogen el autobús a la vez que yo, casi siempre somos los mismos. Últimamente suelo hacer el corto trayecto en compañía de una mujer que, calculo, tendrá más o menos mi edad. Su rostro a fuerza de coincidir en la parada ya me era familiar y hace unas semanas se quedó sin saldo en su tarjeta de transporte y como la vi apurada pagué yo el importe de los dos billetes. Se mostró agradecida y nos sentamos juntas. Y claro, empezamos a hablar. Bueno, ella más que yo, seguro que es que tiene más cosas que contar. Además a mí, que soy muy curiosa, me gusta muchísimo escuchar…Es de Nicaragua, lleva ya siete años viviendo aquí y está contenta. Vive en San Sebastián, muy cerca de donde yo vivo y trabaja en una casa desde hace algo más de un año. Todas las noches regresa a su casa después del trabajo en el mismo autobús que compartimos un par de días a la semana. Es una mujer pequeña, rechoncha y coqueta. Siempre va bien peinada, su ropa es humilde y con frecuencia rodea su cuello con un pañuelo de colores, le sienta bien a su piel morena. Los labios carnosos bien pintados; las uñas pulcras, pintadas de un tono suave y un par de anillos sencillos adornan sus manos que acompañan con suavidad a las palabras. Habla mucho, despaciosamente y con ese tono dulce propio de su tierra; a veces dudo sobre si ha terminado o no la frase que le ocupa, de modo que espero un poco antes de contestarle…Siento mi propia voz increíblemente grave frente a la suya, tan melodiosa, y mis movimientos son también muy bruscos si los comparo con esa forma sinuosa que tiene ella de moverse. Es de risa fácil, cantarina; me gusta oírle reír, aunque a veces no entiendo bien los motivos por los que lo hace…Pero consigue contagiarme y nos reímos al unísono, casi como en un coro bien timbrado. Tiene tres hijas; una se quedó en Nicaragua y las otras dos viven con ella aquí. La pequeña estudia un grado y la mayor está casada y tiene una niña de seis años. Le brillan los ojos cuando habla de su nieta; dice que es muy bonita y muy lista, va al cole y ya sabe mucho euskera, la profesora les dice que va muy bien, ”que vale para estudiar” señala la abuela orgullosa, frunciendo los carnosos labios y asintiendo con la cabeza repetidamente. ¡Claro!, le digo y pienso que todas las abuelas son iguales, las nacidas en Nicaragua y las nacidas aquí, por lo menos, creo que son idénticas.
A mí me complace escucharle mientras habla, me da lo mismo que me cuente cosas de su país que añora pero al que no tiene pensado volver, como de su vida de aquí; me gusta esa forma peculiar que tiene de elegir algunos términos castellanos poco habituales en estas latitudes; me gusta su charla amable, oírle hablar sobre su día a día que es, a fin de cuentas, parecido al mío pero que en su boca se viste de colores bien distintos. El trayecto dura poco y aún recorremos unas calles juntas caminando hasta la esquina en que nos separamos. Nos decimos adiós y creo que las dos nos alegramos cuando al cabo de unos días nos encontramos de nuevo en la parada, ella con su pañuelo de colores y yo con mi carpeta sembrada de música; ella con su andar cadencioso y yo con mi paso desgarbado; ella con su vida y yo con la mía, ella con su aguda voz y yo con la mía de contralto desafinada... Y es un placer tratar de armonizar las voces, como en un coro.

Así suena mi coro:

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