viernes, 11 de octubre de 2013

Paseo nocturno


“Paseo nocturno” lo escribí hace mucho tiempo, años…Cuando relees algo que has escrito hace tiempo, suele suceder que sientes que ha perdido parte de su sentido. Sin embargo, esto no me ha pasado en esta ocasión: sigo paseando por las noches, recorro los mismos escenarios y mi imaginación vuela por mis paisajes interiores. Claro, algunos de ellos se van difuminando con el paso del tiempo y otros empiezan a esbozarse todavía con trazo inseguro…Cuando escribí “Paseo nocturno”, me acompañaba Robin, mi perro, pero ya no está; desde hace un par de años lo hace Nola, mi nueva colega. Nola es preciosa, una perrita buena, dócil, algo tímida y tan dulce que le suelo cambiar de nombre y le llamo Gominola…A ella no parece importarle, ¿os gusta mi Nola?

PASEO NOCTURNO

Pasear por la noche con mi perro es un placer.
Es a veces el aire frío y el cielo estrellado la única compañía que deseo cercana. Me aíslo del mundo y me permito mirarme hacia adentro con descaro. Caminar lentamente a diario, recorriendo cada noche el mismo trecho, adentrándome cada noche, sin embargo, por distintos senderos. Me da una extraña paz saberme entonces sola. Vuela mi imaginación quién sabe dónde; vuela a veces buscando mi niñez, repasa mi juventud ya  lejana, recorre dulce la infancia de mis hijos o se para en los pequeños detalles y problemas del día a día. Otras, va más lejos e imagina un mañana aun sabiendo que será bien distinto a como lo dibuja.
Breve paseo en soledad sin otra mirada diferente a la que asoma a los ojos fieles de mi perro y a esa otra mirada inmensa del cielo sobre mi cabeza. A veces, la noche me regala el brillo plateado de la luna; se me van los ojos tras ella como si tuviera la respuesta adecuada a cada una de mis preguntas. Suspendida, flotando en la negrura del cielo, me ofrece vanidosa su belleza iluminada; la misma que ostentaba desde el principio de los días, la misma que lucirá más allá de mi paso por la tierra. Me sobrecoge pensar que esta luna que me observa fue, es y será mudo testigo de millones de paseos solitarios. La luna blanca derramando hilos de plata en la inmensa campana del cielo; tan solitaria como yo, tan familiar y tan desconocida como cada uno de nosotros.
Paseo en solitario; noche mágica, silenciosa. Ausencia de palabras en los labios, hablarse a una misma solo un instante: ya regalamos demasiadas palabras a oídos extraños. Momento breve de reflexión: mis pasos, mi perro y la noche. Mi pensamiento inquieto, conciencia de ser, de existir. Me esfuerzo por no entender, por no entenderme; tal vez es entonces cuando empiezo a hacerlo. Simplemente, vida; frío en la cara y calor en las manos. Infinidad de células que dan forma al cuerpo, sangre roja y cálida que llega rítmica al cerebro; un músculo que se contrae sin pedir permiso y uniéndose a otros tantos dibuja un paso lento que sigue a otro, noche tras noche trazando senderos. Vida que da vida.  Noche que me hace pensar que, acaso, lo importante no es estar viva, sino ser vida; formar parte de esa vida que contempla la luna silenciosa desde que el mundo es mundo. La luz blanca, casi insultante, de la luna me hace pensar que, acaso, la vida que encierro no es sino una ilusión, tal vez una falsa pertenencia, como el brillo de plata que ella toma prestado del sol…
Vuelvo lentamente a casa por la noche, me acompaña mi perro y al abrir con la llave la puerta de mi hogar, siento que soy vida entre la vida, cálida sensación de no saberme sola. Nada que entender, simplemente vida.

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