Por nuestro trabajo coleccionamos
historias: historias alegres, tristes, divertidas; historias de vida y de
muerte, de amor y de desamor…Este relato está basado en una de estas historias
de amor, de un amor que no pudo ser, que alguien, una vez, hace ya tiempo me
contó.
EL TELÉFONO
Sus hombros se estremecieron
levemente cuando oyó el timbre del teléfono. Lo miró de reojo antes de
descolgarlo, se alisó maquinalmente el flequillo y se ajustó las gafas en un
gesto no desprovisto de coquetería. Aún antes de descolgar, ya sabía que era él
quien estaba al otro lado del teléfono: se lo decía el corazón que saltaba
desbocado en el pecho. Siempre había sido así: el teléfono sonaba distinto si
era él quien llamaba. Sonaba impaciente y risueño; exigente, provocador, esperanzado.
Trató de imprimir seguridad en
sus palabras, trató de aparentar un tono de estudiada indiferencia, cortesía
extrema en cada una de las sílabas…Pero su voz no engañaba: su voz era dulce y
en ella se colaba toda la delicada melancolía de quien espera todo sin exigir
apenas nada. Él llevó el peso de la charla; pequeñas novedades, comentarios sin
demasiada importancia, risas, alguna pregunta, buenos deseos…Y sin embargo, la
importancia de lo no dicho, la importancia de lo silenciado era evidente. Las
palabras solo fueron la excusa; los segundos de silencio entre frase y frase
impregnaron la charla de sentido. Porque en la brevedad del silencio se filtró
toda la emoción, toda la ternura, todo el deseo de proximidad que compartían.
Se despidieron, nada chocante en
sus palabras: me alegra haber hablado contigo, llámame si tienes tiempo, te
mando un beso…Un breve instante de indecisión antes de colgar el teléfono, un
mudo deseo agazapado en sus manos de prolongar aquel momento. Una alegría
estúpida alojada en el cerebro, un vacío pleno allí en el fondo, una sonrisa
trémula, sal en los ojos: amor y dolor entrelazados.
Un segundo para la nostalgia,
tristeza bien educada: evocar la forma de sus labios, la calidez amable de su
piel, el recuerdo imborrable de su mano, el timbre de su voz, su risa franca,
su palabra, su presencia, su ausencia no deseada…Amor y dolor de la mano.
Pensó con desesperación que lo
volvería a echar de menos; creció de nuevo en ella el desasosiego, y sin
embargo supo que, una y mil veces que llamara, se alegraría de escucharlo.
Cerró los ojos cansadamente y su boca se abrió en un suspiro, besando
silencioso al aire. Continuó con su trabajo; compartió luego su tiempo con los
amigos, los compañeros, la familia. Nada estridente, nada fuera de su sitio; la
sonrisa adecuada y la palabra justa en el momento preciso.
Y su deseo, su corazón, volando
ingrávido hasta el rincón de la memoria donde él se escondía de miradas ajenas,
oculto para aquellas bocas que juzgan sin argumentos sobre aquello que no
responde a leyes ni humanas ni divinas. Él, allí, alojado dulce en el hueco
tibio de su ausencia; él, allí, innombrable pero nunca ajeno; él, allí, alojado
donde se guardan los sueños hermosos, donde la memoria ejerce su custodia fiel
para proteger el tesoro intangible de aquellos a quienes amamos.
Pensó que, tal vez, como había
leído en algún sitio, llegaría el día en que dejara de amarlo pero que, afortunadamente,
nunca dejaría de amar el tiempo en que le amó. A fin de cuentas, somos la suma
de lo que amamos.
Y supo que más allá de la pena,
más allá de las lágrimas, más allá del silencio y de la distancia, el tiempo
compartido fue, a qué dudarlo, un regalo alejado de la fecha de su cumpleaños.
Ella era, simplemente, una mujer afortunada.
Preciosos. ¿para cuando la publicación de un libro de relatos cortos?
ResponderEliminar¡Gracias, Rafa! Soy un poco vanidosa: alguna vez lo he pensado...Buen fin de semana!
ResponderEliminarMuy bonito!!!
ResponderEliminarUna vez mas tu explicitud es tan sutil como pintar la transparencia.
ResponderEliminarPintar la transparencia...¡bonita idea para un relato! Tal vez lo intente algun día...muchas gracias!
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