Idoia&Marilis
Atesorar la belleza
La Navidad empezaba para ella el
21 de diciembre, el olor de la txistorra y el ambiente bullicioso en las calles
de su ciudad celebrando el día de Santo Tomás eran la antesala de las fiestas.
Como siempre, había estado por la mañana dando un paseo por la Parte Vieja,
había degustado un bocadillo de txistorra a media mañana y al mediodía cuando
las calles llenas de gente transformaban el paseo en un suplicio había vuelto a
casa a paso lento. Ya a media tarde salió de nuevo, las manos en los bolsillos,
y sin un plan en la cabeza; simplemente caminar. Las calles del centro seguían
animadas. Los escaparates de las tiendas llevaban ya una temporada luciendo la
decoración navideña y las luces en la calle hacían imposible abstraerse del
ambiente festivo. Se detuvo ante el mismo escaparate de todos los años y sonrió
para adentro al ver otra vez el pequeño carrusel con su nieve artificial; el
trenecito giraba una y mil veces sin detenerse en la diminuta estación, Santa
Claus ofrecía su sonrisa bonachona permanente incluso cuando descendía
vertiginosamente la pequeña pendiente desde su diminuto vagón. Las lucecitas a
los lados del carrusel parpadeaban insistentes. Compartía el reducido espacio
con un enjambre de chiquillos, escuchaba sus comentarios divertida, las manos
en los bolsillos jugueteaban con las llaves distraídamente. Un hombre joven se
acercó con un pequeño en brazos; se afanaba el padre en colocar adecuadamente
el gorro de lana que, insistente, se deslizaba hasta cubrir los ojos del
chiquillo. El niño rodeaba con su bracito el cuello del padre y señalaba con el
dedo índice de su otra mano el trenecito iluminado; su mirada absorta parecía
no cansarse de observar el inalterable recorrido. Una mujer joven los llamó
insistente, su mano mecía un carrito de bebé, se inclinó para acallar el llanto
del pequeño ocupante, su voz, apenas un gorjeo se perdió entre el bullicio. Los
vio partir, caminaron calle adelante, el padre dejó al mayorcito sobre el
asfalto, recolocó su abrigo y le ofreció la mano con cansancio. Ella aún se
demoró unos segundos frente aquel escaparate, los suficientes para cerrar los
ojos y verse a sí misma flanqueada por sus hijos. Recordó sus caritas redondas,
las naricillas rojas por el frío, la viveza de aquellos dos pares de ojos, las
pupilas brillantes, sus agudas voces infantiles, aquellas manos infantiles que
se empeñaban en sobar el cristal del escaparate a pesar de sus
recomendaciones…Y añoró aquellos años, los años vuelan…Se alejó
apresuradamente, dejó las calles, su algarabía, casi como si huyera y se acodó
en la barandilla frente a la playa; ya era de noche. Las olas morían
silenciosas en la orilla, la espuma blanca rompía la negrura del invierno, el
mar estaba en calma. Se dejó llevar, mecer, se esforzó en acompasar su
respiración al ritmo de las olas, solo respirar aquel aire, solo escuchar su
rumor; solo sentir el latido de su propio pulso. Se propuso no pensar en el
ayer y no imaginar el mañana. Solo atesorar en la memoria la belleza, solo
mirar al mar y respirar. Nada más.
Gracias Marilis por advertirme de que existia esta maravilla, al margen de lo útil e importante de la información de las sesiones clínicas, enlaces, etc. qué sorpresa la de tu txokito, un regalo de banda sonora para este día gris y belleza gratuita que hasta me ha empañado los ojitos, gracias otra vez y felices vacaciones!!! Oihana Fernandez Etxart
ResponderEliminarGracias a ti, Oihana, un placer haber compartido la guardia, las risas, y las emociones...Nos veremos, seguro! Un beso.
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