martes, 23 de diciembre de 2014

Atesorar la belleza

Acabo de desprogramar la entrada que para hoy había seleccionado Idoia, espero que no se enfade...Pero es que mañana es Nochebuena y ya habrá tiempo para las cosas importantes. En su lugar, os pongo otra perlada mía. Estaba guardada desde hace tiempo en mi carpeta de relatos, pero, como a veces pasa, la he vuelto a leer y podría haberla escrito antes de ayer : recuerdo el momento en que lo hice. Quien solo me conozca a través de mis relatos, puede pensar que soy una agonías y que me paso el día entre lágrimas...¡Qué se le va a hacer! Yo creo que soy moderadamente feliz...A mí con esto de la felicidad me pasa como con la música: si es muy estridente la confundo con el ruido, de modo que me gustan la felicidad y la música suavecitas, como un ronroneo, que me permitan disfrutar también del silencio... Sea cuál sea vuestra idea de la felicidad, os deseamos que la disfrutéis plenamente todo, todo el año. En cuanto a  la música, que cada uno elija la que le sitúe allí, donde quiera estar. Zorionak!

Idoia&Marilis

Atesorar la belleza

La Navidad empezaba para ella el 21 de diciembre, el olor de la txistorra y el ambiente bullicioso en las calles de su ciudad celebrando el día de Santo Tomás eran la antesala de las fiestas. Como siempre, había estado por la mañana dando un paseo por la Parte Vieja, había degustado un bocadillo de txistorra a media mañana y al mediodía cuando las calles llenas de gente transformaban el paseo en un suplicio había vuelto a casa a paso lento. Ya a media tarde salió de nuevo, las manos en los bolsillos, y sin un plan en la cabeza; simplemente caminar. Las calles del centro seguían animadas. Los escaparates de las tiendas llevaban ya una temporada luciendo la decoración navideña y las luces en la calle hacían imposible abstraerse del ambiente festivo. Se detuvo ante el mismo escaparate de todos los años y sonrió para adentro al ver otra vez el pequeño carrusel con su nieve artificial; el trenecito giraba una y mil veces sin detenerse en la diminuta estación, Santa Claus ofrecía su sonrisa bonachona permanente incluso cuando descendía vertiginosamente la pequeña pendiente desde su diminuto vagón. Las lucecitas a los lados del carrusel parpadeaban insistentes. Compartía el reducido espacio con un enjambre de chiquillos, escuchaba sus comentarios divertida, las manos en los bolsillos jugueteaban con las llaves distraídamente. Un hombre joven se acercó con un pequeño en brazos; se afanaba el padre en colocar adecuadamente el gorro de lana que, insistente, se deslizaba hasta cubrir los ojos del chiquillo. El niño rodeaba con su bracito el cuello del padre y señalaba con el dedo índice de su otra mano el trenecito iluminado; su mirada absorta parecía no cansarse de observar el inalterable recorrido. Una mujer joven los llamó insistente, su mano mecía un carrito de bebé, se inclinó para acallar el llanto del pequeño ocupante, su voz, apenas un gorjeo se perdió entre el bullicio. Los vio partir, caminaron calle adelante, el padre dejó al mayorcito sobre el asfalto, recolocó su abrigo y le ofreció la mano con cansancio. Ella aún se demoró unos segundos frente aquel escaparate, los suficientes para cerrar los ojos y verse a sí misma flanqueada por sus hijos. Recordó sus caritas redondas, las naricillas rojas por el frío, la viveza de aquellos dos pares de ojos, las pupilas brillantes, sus agudas voces infantiles, aquellas manos infantiles que se empeñaban en sobar el cristal del escaparate a pesar de sus recomendaciones…Y añoró aquellos años, los años vuelan…Se alejó apresuradamente, dejó las calles, su algarabía, casi como si huyera y se acodó en la barandilla frente a la playa; ya era de noche. Las olas morían silenciosas en la orilla, la espuma blanca rompía la negrura del invierno, el mar estaba en calma. Se dejó llevar, mecer, se esforzó en acompasar su respiración al ritmo de las olas, solo respirar aquel aire, solo escuchar su rumor; solo sentir el latido de su propio pulso. Se propuso no pensar en el ayer y no imaginar el mañana. Solo atesorar en la memoria la belleza, solo mirar al mar y respirar. Nada más. 

2 comentarios:

  1. Gracias Marilis por advertirme de que existia esta maravilla, al margen de lo útil e importante de la información de las sesiones clínicas, enlaces, etc. qué sorpresa la de tu txokito, un regalo de banda sonora para este día gris y belleza gratuita que hasta me ha empañado los ojitos, gracias otra vez y felices vacaciones!!! Oihana Fernandez Etxart

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    1. Gracias a ti, Oihana, un placer haber compartido la guardia, las risas, y las emociones...Nos veremos, seguro! Un beso.

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