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Te quitas la bata blanca y eres
uno más ante la enfermedad; conviene no olvidar lo que se siente, tenerlo bien
presente cuando te vistes de blanco. Por cierto: todo bien, afortunadamente…
LA SALA BLANCA
Esta parece ser una mañana
tranquila. A pesar de ello, a través de la puerta abierta veo transitar batas
blancas, uniformes azules y camas empujadas por celadores. La sala, otras veces concurrida, está hoy
solo ocupada por una mujer mayor, encamada, de mirada inquieta y asustada. Su
brazo izquierdo conectado a un equipo de suero es lo único que asoma entre las
sábanas además de un rostro moreno coronado por una cabellera blanca. No tiene
mal aspecto.
La otra pobladora de la sala de
paredes blancas soy yo. Me acerco inquieta al umbral de la puerta a la espera
de noticias. Mi mirada se cruza un instante con la suya y sonrío levemente. Algo
nos decimos, algo compartimos: la incertidumbre. Y el miedo. Me acerco al borde de su cama y sin que yo
abra la boca, empieza a hablar. Lo hace de forma pausada, solo su lengua que
acaricia de vez en cuando el borde de los labios traduce la inquietud que
esconden las palabras. Me cuenta que lleva meses pachucha y que no le
encuentran los motivos. Le han hecho muchas, muchas pruebas; parece que esta de
hoy es dura porque le tienen que dormir…Suspira, su marido parece que se ha
despistado: el hombre ya es mayor, rebasa los 80, y últimamente se le olvidan
las cosas. Había quedado en que llegaría a tiempo de acompañarla, pero…Igual el
autobús…Tal vez esté tomándose un café en el mismo hospital…
Claro- le digo- Seguro que
aparece apresurado, no se preocupe usted, no andará lejos.
Viven en una población que dista lo suyo del
hospital, y no tienen coche.
¿Tiene
hijos?- me pregunta.
Sí, dos, ya mayores- le digo.
¡Qué suerte!- responde con algo parecido a la tristeza.
Lo es- afirmo con la cabeza, segura de ello.
Nosotros, no tenemos- murmura ladeando la cabeza - Ya estamos mayores…No se crea, me dice, voy a cumplir 79.
¿Sí?
Pues no parece - le digo- Tiene usted
una piel estupenda. Y es verdad.
Es porque estoy morena - asegura. Del balcón, porque ya casi no salgo… ¿Tiene ascensor? - me pregunta.
Sí - le digo.
Esa es otra ventaja - afirma
y yo con ella.
Suspira de nuevo, preocupada. ¡Ay, este hombre…! - dice. Chasquea la lengua con un deje de
impaciencia.
¿Usted
cree que tardarán mucho en hacerme la prueba?- me pregunta preocupada
No lo creo, parece que hoy andan
ligeros - le digo. Ya verá, le
dormirán un poquito y en breve estará en su habitación, a ver si hay suerte y
está pronto en casa.
El
hospital es triste - me dice resignada.
Pues sí…se está mejor en casa - apunto yo más que segura.
Pero
cuando hace falta…dice ella con más resignación.
Claro, claro, no hay otra…le
digo cómplice.
Alisa las sábanas con su mano
presa, como si fuera muy importante que su superficie blanca no acogiera
arrugas. La vida no es plana, pienso
yo…
Advierto que alguien se acerca a
nuestra sala; no me trae malas noticias, tampoco son del todo buenas. Pero me
doy por satisfecha. Mañana será otro día.
Y aparco la tristeza, me acerco
hasta su cama y le cojo la mano un momentito, le sonrío, aprieto sus dedos
suave unos segundos; su marido no ha llegado, andará el hombre despistado…La
enfermera nos mira y espera paciente,
también sonríe levemente. Le digo adiós y le deseo suerte, de corazón. Y me
mira con el miedo allí emboscado, con su carita morena, su boca dibujando una
medio sonrisa que agradezco. Y la sala blanca, de aspecto inocente, queda vacía
de historias a la espera de otras parecidas.
Te leo y me pregunto: que ves aqui?
ResponderEliminarDelicadeza, humanidad, miedo, amor, tristeza, interes, ternura.
Impresionante!
Gracias.
Creo que una mezcla de todo eso...Muchas gracias a ti, por leer entre las líneas...
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