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Es bastante tarde. Hace unos
minutos se acaba de ir mi última paciente, por ahora…Nunca se sabe qué nos
deparará la noche. La guardia ha sido larga, “no hay guardia buena”, decíamos
de residentes y creo que es verdad. Cuando menos lo piensas, te llevas un susto
y ni tan mal si la cosa acaba bien. Son muchas las personas que han desfilado
hoy por esta consulta, de todas las edades; cada una con su historia, con su
dolor o con su preocupación. He de reconocer que a veces me irritan y que tengo
que hacer un esfuerzo por comprender los motivos que les traen hasta aquí, no
siempre lo consigo; no siempre consigo domesticar a este bicho, a la
impaciencia…Me sonrío al recordar una escena de esta tarde: estaba tocando la
tripilla a un crío y de repente el chaval ha señalado con su dedito mis manos y
con mirada triunfante le ha dicho a su madre: ¡ella también lo hace…! Y yo he comprendido enseguida, ¡sí, yo también me muerdo las uñas! le he
contestado cariacontecida, pero mis ojos no le han engañado y los dos nos hemos
sentido cómplices…claro que le he explicado que es una costumbre muy feaaaa y
una porquería…
Ahora, aquí sentada, en la
consulta me siento tranquila. Estoy absolutamente despejada, pero cansada. Me
duele un poco la cabeza y siento las piernas muy, muy pesadas, pero sin
embargo, me resisto a tumbarme porque me gusta esta calma aparente, la quietud
de la noche y este silencio roto por mi teclear y por el aullido de un perro
lejano. Oigo también pasar algún coche y me divierte contemplar a una polilla
que se ha colado en la consulta y que se choca una y otra vez, tozudamente,
contra el cristal de la ventana, ¡qué torpe!
Es esta una de esas noches del
verano incipiente, fresca, que invita a salir a la calle y callejear, sin
más…Si no fuera porque me armo líos con la puerta, me gustaría sentarme allí, a
la entrada, en el murete bajo que bordea el jardín del centro. Se está bien
allí sentada, mirando, simplemente, la calle vacía y las casas cercanas.
He repasado la historia de un par de pacientes
que he derivado al hospital; recorro con la mirada la analítica y el informe de
urgencias; parece que no andaba demasiado descaminada en mis suposiciones, está
bien. Me fastidia meter la pata, como a todos…Canturreo una canción en voz
bajita, una de esas melodías pegajosas que se te meten en la cabeza y que se
repite, la repites, machaconamente durante todo el día, ¿por qué pasará esto,
eh? Si ni tan siquiera me gusta, qué cosas tan raras…Mañana, bueno dentro de
unas horas, si hace bueno iré a la playa, qué placer de dioses. Allí también se
disfruta, me encanta tumbarme, a la sombra, y cerrar los ojos y dejar que los
sonidos y las voces se cuelen en mis oídos sin prestar demasiada atención; a
veces te cuelgas de un puñado de palabras, o de una frase y te puedes imaginar
toda una historia, es fantástico. Hasta pones cara y ojos al que está hablando,
y luego resulta que cuando abres los ojos no se parece ni por asomo al rostro
que has ideado…Claro que aquí, nunca se sabe que tiempo hará mañana; es mejor
no hacer planes, me dejaré llevar…Soy una experta en esto de cambiar de planes.
Mis hijos se enfadan porque a su pregunta de, por ejemplo, ¿qué vas a hacer mañana?, les suelo contestar aquello de “no sé lo que voy a hacer dentro de un
cuarto de hora, como para saber qué haré mañana…” Por supuesto exagero,
pero algo hay de cierto en este afán mío de no planificar demasiado el día a
día.
Me asomo a la ventana, no hay
demasiado que ver; es el puro placer de sentir la noche lo que me llama. Un
gato se pasea parsimonioso por la acera, me mira fijamente unos segundos, le
chisto y sale corriendo ágilmente y desaparece entre unos arbustos engullido
por la noche. Entre los árboles, la luna se asoma, es luna llena y rasga la
oscuridad de unos nubarrones grises que, mucho me temo, arruinarán mis planes
veraniegos…No importa. Habrá más días de verano.
Mi amiga la polilla sigue
insistiendo en chocarse contra cualquier cosa, ahora se ha metido una toña
bestial contra el aparato de electros y ya no sé cómo explicarle que le he
dejado, amablemente, la ventana abierta y que afuera se tiene que estar más que
bien…Con la envidia que me da, será tonta…
En fin, a pesar de que me lo estoy pasando muy bien,
creo que lo más sensato será tumbarse un rato, estirar las piernas y cerrar los
ojos en la oscuridad de mi habitación. En breve me espabilará el aroma del café
que mi compañero prepara cada mañana: ¡huy, qué momentazo! Y poco después
empezarán a sonar los teléfonos y a llegar los compañeros de día y yo, con mi
cara de sueño, diré que la guardia ha sido movidita, que no hay guardia buena…
Pero no sé si me entenderán si les digo que la noche estaba hermosa, que el
gato se escondió sigilosamente, que la luna me guiñó un ojo, y que la polilla
por fin, tras mucho trastabillear, encontró acomodo refugiada en un pliegue de
la cortina y que es mejor que no la molesten que ha tenido una noche de lo más
accidentada…
PAC Zarautz, Junio 2012
Como me gusta leerte ,gracias por estos momentitos !
ResponderEliminarLo de la noche movidita no creo que pueda ni imaginarlo pero lo de la polilla y el gato, perfectamente!muxu!
Sonia
¡Te nombraré presidenta de mi club de fans! Y te has imaginado la parte más amable de mi noche, justamente lo que yo pretendía que te imaginaras...Besos
ResponderEliminar¿Qué tendrá la noche, verdad? Te leo con retraso, pasado ya el verano, en esta noche de septiembre resistiéndome, como tantas veces, a acostarme. La plaza, tú la conoces, está vacía y silenciosa, a menudo abro la puerta del balcón a estas horas, apago las luces y me como un yogur o algo de fruta apoyado contra la pared viendo las ramas de los árboles mecidas por el viento, o la lluvia, o los reflejos de la luz de las farolas que dibujan sombras extrañas. Es un momento de paz, un mundo detenido en medio de la vorágine. Una bocanada de aire para el espíritu, antes de que suenen los teléfonos. Creo que hoy trabajas, ¡buena guardia!
ResponderEliminarBonita descripción la que haces de la plaza, esa que yo conozco de día y que en tus palabras compartes conmigo de noche, como compartes, creo, el gusto por el silencio y la soledad acogedora que permite mirarnos para adentro...
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