
Nos quedamos con el joven,
mirándole costaba creer que hubiera padecido semejantes males: estaba más
despierto que un conejo, tranquilo, apacible y nos ofrecía una sonrisa casi
beatífica. Vaya, que no cuajaba. Le acompañaba una mujer joven, su esposa, que
nos repitió una historia parecida a la referida, pausadamente, sin agobios, con
esa voz suave, monocorde, tan
característica de su lugar de origen. Nos dijo que dejó de respirar y que le
hizo el boca a boca y que se recuperó al instante…El joven, sentado en la
camilla, contemplaba la escena sin pestañear, tranquilamente. Empezamos de
nuevo; el protagonista nos relató lo mismito; reconocía que había tomado unas
cervezas con los amigos y negaba otros tóxicos. Exploramos de arriba a abajo,
tomamos constantes, glucemia capilar y le hicimos un electrocardiograma. Todo
rigurosamente normal. Así que insistimos un poco más y le preguntamos si este
tipo de sucesos le habían sucedido en alguna otra ocasión. Y sí…Muy
amablemente, pausadamente, nos explicó que desde hacía unos meses, tras el
fallecimiento de su mamá, y siempre cuando tomaba unos tragos (él no se
reconocía como un bebedor habitual), se le aparecía su mamá y él entraba “en
trance”. Su mamá le llamaba repetidamente. Yo pensaba que la aparición materna
tendría como objeto reprocharle sus excesos, es que las madres somos muy
nuestras…Pero qué va, qué va: su mamá le llamaba para que fuera con ella: ¡joé
con las madres! ¡qué poderío, oiga…! Y él, pues se resistía el hombre, y solo
el conjuro de su esposa conseguía rescatarlo y traerlo de nuevo al mundo. Por
lo visto, esta vez la llamada materna había sido más insistente. Nos lo contaba
con una especie de orgullo y como si fuera lo más normal del mundo tener este
tipo de apariciones. Su esposa tampoco se mostraba extrañada, ni tan siquiera
asustada. Mi compañera y yo escuchamos el relato tranquilamente, como
subyugadas, atrapadas también por sus palabras y, desde luego, aliviadas al
contemplar su total restablecimiento y excelente estado de salud. Mi compañera
escribía, concentrada su mirada en el teclado, la historia mientras yo,
impresionada por la sobrenatural presencia materna, asentía...Sin más...Y sin
menos, decidimos darle el alta y aconsejarle que si repetía la historia nos
consultara de nuevo, si bien él no creía que volviera a repetirse. Se fueron
los dos, tranquilamente, igual que habían venido. Y nosotras esperamos un rato,
por si aparecía el de “Inocente, inocente” y nos regalaba el ramo de flores
tradicional tras este tipo de sucesos…
Eso sí: yo me quedé ojiplática
durante un buen rato.
¿Qué podemos hacer ante la
aparición de una madre desde el más allá…? ¡Joé con las madres…!