La noche agazapada en sus ojos.
El miedo y la vergüenza en el fondo se sus pupilas. El párpado derecho
inflamado, una erosión justo en el párpado contrario. Huellas de dentelladas en
su pecho y en su vientre sembrado de estrías. Hematomas en el pecho y en el
dorso de los brazos. El miedo y la vergüenza, y una especie de resignación en
el gesto que se cuela también en la palabra trémula. La melena oscura y lacia,
la ropa humilde, las manos toscas, descuidadas. Su historia de hoy es copia de
otras previas, no reconocidas, no confesadas, no olvidadas.
Puedo ver las huellas del dolor
en su cuerpo; puedo describirlas, puedo hacer un listado de ellas, puede el
teclado resumirlas en un parte extenso y frío. Y puedo firmarlo. Puedo adivinar
el terror, la vergüenza; puedo intuir la desesperanza, la incertidumbre, la pena honda. Puedo intentar describirla,
vestirla de palabras y alargar el parte extenso y frío. Y firmarlo.
Pueden mis manos enguantadas
limpiar las heridas y escrutar su cuerpo buscando otras escondidas. Pueden mis
manos teclear unas recetas que alivien su dolor. Puedo imprimirlas. Pueden
crear episodios y rellenar formularios. Y lo hacen. Puedo darle un par de citas
y pueden mis palabras explicar por qué quiero que la vean de nuevo. Y lo hago.
Y me escucha con la noche asomada en su mirada oscura, la voz baja, el gesto
vencido, como si fuera ella culpable de sus desdichas.
Y pueden mis manos, ya sin
guantes, tocarle sin buscar nada que se pueda escribir en un parte. Quieren mis
manos desnudas acariciar las suyas, acariciar su antebrazo, sus hombros
vencidos; quieren hacerlo desde el respeto, sin más pretensión que un precario
consuelo. No sé si es útil, pero quieren hacerlo. Tal vez, solo me sirve a mí y
no a ella. Yo qué sé…
Puede mi voz escoger las
palabras, modular el tono, hablar bajito y decirle que es víctima y no
culpable; puede decirle que nadie tiene derecho a hacerle daño, que nadie debe
prolongar la noche fría más allá de esta incipiente madrugada. Puede la voz, y
debe y quiere, ahogar mi rabia, esconderla. No sé si mis ojos la tapan, en todo
caso quieren solo mirarla y acoger su pena; sostener su mirada aún más,
precisamente, cuando los ojos se le cuajan de lágrimas.
Relato precioso que describe a la perfección ese sentimiento que intuimos tienen las mujeres cuando tras ser maltratadas vienen pidiendo ayuda... y sin duda describe cómo nos sentimos nosotro/as y cuánto nos gustaría ayudarla y hacerle entender que no debe sufrir más.
ResponderEliminarCristina