viernes, 8 de marzo de 2013

Ojalá amanezca pronto


La noche agazapada en sus ojos. El miedo y la vergüenza en el fondo se sus pupilas. El párpado derecho inflamado, una erosión justo en el párpado contrario. Huellas de dentelladas en su pecho y en su vientre sembrado de estrías. Hematomas en el pecho y en el dorso de los brazos. El miedo y la vergüenza, y una especie de resignación en el gesto que se cuela también en la palabra trémula. La melena oscura y lacia, la ropa humilde, las manos toscas, descuidadas. Su historia de hoy es copia de otras previas, no reconocidas, no confesadas, no olvidadas.
Puedo ver las huellas del dolor en su cuerpo; puedo describirlas, puedo hacer un listado de ellas, puede el teclado resumirlas en un parte extenso y frío. Y puedo firmarlo. Puedo adivinar el terror, la vergüenza; puedo intuir la desesperanza, la incertidumbre,  la pena honda. Puedo intentar describirla, vestirla de palabras y alargar el parte extenso y frío. Y firmarlo.
Pueden mis manos enguantadas limpiar las heridas y escrutar su cuerpo buscando otras escondidas. Pueden mis manos teclear unas recetas que alivien su dolor. Puedo imprimirlas. Pueden crear episodios y rellenar formularios. Y lo hacen. Puedo darle un par de citas y pueden mis palabras explicar por qué quiero que la vean de nuevo. Y lo hago. Y me escucha con la noche asomada en su mirada oscura, la voz baja, el gesto vencido, como si fuera ella culpable de sus desdichas.
Y pueden mis manos, ya sin guantes, tocarle sin buscar nada que se pueda escribir en un parte. Quieren mis manos desnudas acariciar las suyas, acariciar su antebrazo, sus hombros vencidos; quieren hacerlo desde el respeto, sin más pretensión que un precario consuelo. No sé si es útil, pero quieren hacerlo. Tal vez, solo me sirve a mí y no a ella. Yo qué sé…
Puede mi voz escoger las palabras, modular el tono, hablar bajito y decirle que es víctima y no culpable; puede decirle que nadie tiene derecho a hacerle daño, que nadie debe prolongar la noche fría más allá de esta incipiente madrugada. Puede la voz, y debe y quiere, ahogar mi rabia, esconderla. No sé si mis ojos la tapan, en todo caso quieren solo mirarla y acoger su pena; sostener su mirada aún más, precisamente, cuando los ojos se le cuajan de lágrimas.
Quiera la vida ofrecerle un rostro más amable, ojalá quiera que pueda ella sembrar el futuro de esperanza; y quiera que el cuerpo cure, que el miedo se esfume, que la noche acabe, que el alba despierte y un tibio sol borre la angustia de su mirada.


1 comentario:

  1. Relato precioso que describe a la perfección ese sentimiento que intuimos tienen las mujeres cuando tras ser maltratadas vienen pidiendo ayuda... y sin duda describe cómo nos sentimos nosotro/as y cuánto nos gustaría ayudarla y hacerle entender que no debe sufrir más.
    Cristina

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