viernes, 29 de julio de 2016

Boris (historia de un gallito I)

Boris el Grande y sus huríes
En estos días de verano nada mejor que un poco de humor de vez en cuando. A través de este relato os presento a Boris. Lo que sigue no lo he escrito yo: estoy superenvidiosa. Lo ha hecho Tomás, un buen amigo mío desde hace no demasiado tiempo, una lástima no haberle conocido antes. A Tomás le baila la inteligencia y el buen humor en las pupilas, a partes iguales. Sus paseos matutinos me regalan muchos días estampas de los montes de nuestro entorno que disfruto en mis prolongados desayunos y, de vez en cuando, textos parecidos a este que me hacen sonreír.  ¿Qué sería de nosotros sin los amigos y sin el sentido del humor…?: ¡un aburrimiento! Os dejo con Boris, habrá segunda parte…
Mila esker, Tomás!

 BORIS
Hoy voy a hablaros de Boris. Es el gallo de una querida amiga (estoy hablando de un ave de corral, coño, no empecemos).
No es un gallo cualquiera, no: tenéis que verlo. Alto, ojos azules, poderoso, plumaje blanco y gris, se diría que tiene majestad y sobretodo, chulo, muy chulo, de Bilbao (ya dijimos en su día que todos los gallos nacen en Bilbao).
Boris, como todos, tiene sus problemas; todos ellos derivados de su cargo de Gran Visir de los Harenes Imperiales: ¿habré dejado embarazada a Teresita?, ¿le dolerá también hoy la cabeza a Magdalena?, aquel eunuco le pone "ojitos" a Paca, la muy zorra; hoy le veo un tanto esquiva a Luzmila... veremos esta noche. En fin, menudencias.
Claro que, a veces, llega la competencia. Se llamaba Dimitri (qué bien empleado el pretérito). Era (otra vez el pretérito) un gallo bien plantado, de buenas hechuras, pero ni punto de comparación con nuestro amigo Boris que, al principio, le permitió holgar con alguna de sus damas. Dimitri se envalentonó y, craso error, se creyó el amo del cotarro. No tenía media torta. Hubo algunas escaramuzas en las que Dimitri siempre llevó las de perder. Boris no tuvo que emplearse a fondo, sus dueños le hicieron el trabajo sucio: Dimitri al horno, con patatitas.
Ahora han llegado otros dos, jovencitos. Boris les deja hacer, hay tajada para todos. El día que se canse... nueva receta: gallitos en pepitoria.
A Boris le gustaría una buena jubilación, tranquila y con buena paga. Pero, ¡ay!, en un corral, eso es imposible. Los años no pasan en balde; llegará un nuevo y poderoso gallo que se hará cargo de la situación. Y veremos al pobre Boris acurrucado en un rincón, viendo a sus huríes cacareando a su alrededor, sabedoras de que nunca más mojará, las muy putas.
No podrá soportarlo. Me imagino el desenlace: vigoroso picotazo en el corazón y... al Cielo de los Gallos.
Estaré en su funeral. Incluso le cantaré, quizás aquello de ¡pero sigo siendo el Reeey!
Adiós mi querido Boris, que te quiten lo bailado.


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